miércoles, 19 de septiembre de 2007

Desafinado cambio climático

Vivo lejos
y hay días en que vivo
más lejos.
El sol destempla el aire.
Nuestra luz entre nubes también.
No hay nada tan desabrigado
como un banco de madera a la deriva
del asfalto,
sin píos, sin la algaravía, sin el calor de los años.
Un páramo de la quietud.
Qué aliviador es el abrazo de los párpados
con las pestañas caídas sobre los ojos.
Qué necesario.
Llegan entonces las olas tontas,
lágrima a lágrima,
para inundar de calidez lo que nos falta.
Y la manta de dos por uno ochenta,
olvidada y dispuesta, nos viene a socorrer
y a guarecernos de tanta lejanía,
de tanto sol a oscuras.

1 comentario:

------ dijo...

Te abrazo tanto como a esta estela que comienzas. Soy desde ahora afortunado, que se asoma a este calidoscopio de forjas y plomos, donde pones cada palabra. Gaudium.